Cuando se inauguró el primer ferrocarril en el siglo XIX, la sociedad lo recibió con una mezcla de entusiasmo y miedo. Era una máquina imponente, ruidosa y veloz, que prometía conectar ciudades y transformar la manera de viajar. Pero no faltaron las voces que advertían de terribles consecuencias: algunos aseguraban que el cuerpo humano no estaba preparado para soportar semejante avance y que el invento sería catastrófico para la salud. ¿La velocidad que provocaba tanto pánico? Apenas 30 km/h.
La historia nos recuerda que cada innovación viene acompañada de dudas y también de la necesidad de nuevas medidas. Con los coches llegaron los cinturones de seguridad y los semáforos. Con internet aparecieron los antivirus y los cortafuegos. Y hoy, que niños y adolescentes crecen en plataformas digitales como Roblox, TikTok o Fortnite, el reto se llama ciberseguridad.
Aunque la palabra pueda sonar imponente y compleja, no se trata de formar a expertos en seguridad informática. Lo que necesitamos es algo más sencillo: enseñar a los más jóvenes pequeñas acciones cotidianas que les permitan moverse con confianza en la red, proteger su información y saber pedir ayuda cuando lo necesiten.